Autor: Ariel Labrada
Publicado en https://www.historiasderojas.com.ar/
En los primeros años de la década de 1920 aparecieron en nuestro medio los "coches de plaza" que se dedicaban al transporte de pasajeros tal como lo hacen actualmente los taxis y remises.
Paulatinamente fueron desplazando a las "volantas" que -hasta ese momento- prestaban el mismo servicio. Tenían la ventaja de ser vehículos más ágiles que aquellas, y más bajos, circunstancia que facilitaba al pasajero la subida y su descenso.
Eran popularmente conocidos con el sobrenombre de "mateo", palabra proveniente de una pieza teatral homónima de Armando Discépolo que tuvo mucho éxito en Buenos Aires.
En él el protagonista era dueño de uno de esos coches y denominaba "Mateo" a su querido caballo. Aunque en Rojas no se representó esa obra, el nombre llegó hasta aquí convirtiéndose en una denominación simpática y más simple que la ceremoniosa "coche de plaza".
Se llegó a contar con unos diez vehículos de ese tipo y tenían su parada habitual en la cuadra de la plaza San Martín que está frente a la iglesia, hasta 1970 cuando algunos vecinos se quejaron por el mal olor que dejaban los excrementos de los caballos y las autoridades municipales los trasladaron a la plaza Rivadavia. También se concentraban diariamente en las estaciones de ferrocarril a la hora de la llegada de los trenes de pasajeros.
Los dueños de estos vehículos ejercían su oficio con orgullo y tenían especial afecto por su carro y su caballo. Por la mañana, antes de salir, los limpiaban cuidadosamente y lustraban los bronces como quien se lava la cara y peina, para lucir de lo mejor.
Al mediodía regresaban a su casa para almorzar y cambiar de caballo. También hacían una "siestita" con la convicción de que a esa hora casi no habría clientes, ya que todos los rojenses hacían lo mismo. Luego volvían a su trabajo hasta entrada la noche.
Los servicios que prestaban eran de lo más variados: traslados a domicilios, al cementerio, al hospital, al Parque "General Alvear", estaciones de ferrocarril, y también hasta el arroyo para satisfacer los deseos de algunos pescadores o bañistas, en la época que no había pileta de natación en nuestra ciudad.
En carnavales aparecían en los corsos engalanados con adornos de colores; pero el momento de mayor trabajo era el "Día de ánimas" (1° de noviembre), con numerosos viajes al cementerio que ni siquiera les dejaba tiempo para dormir la siesta.
A medida de que fueron apareciendo los automóviles se produjo el decrecimiento del trabajo de los coches de plaza. Sin embargo, en los años 1940 a 1945, al imponerse el racionamiento de la nafta a consecuencia de la Segunda Guerra Mundial, se revitalizó la actividad de los vehículos con tracción a sangre.
Pero este renacer sólo fue transitorio, porque era inevitable que el progreso los desplazara, especialmente con la aparición de los automóviles de alquiler que, en pacífica convivencia, compartieron la parada en la plaza San Martín.
No obstante, se los pudo ver esperando serenamente que aparecieran los clientes hasta el año 1980, cuando los dos últimos mateos fueron vendidos a la Municipalidad de Junín que los destinó a la Laguna de Gómez como pintoresco atractivo turístico.