
Desde que Juan Jorge Cabodi hizo su “Historia de la ciudad de Rojas hasta 1784”, sabemos que el sargento mayor de milicias del partido de Arrecifes don Diego Trillo ha sido el fundador del Fuerte de la Horqueta de Rojas, pero... ¿quién era ese hombre que no fue militar de profesión?... ¿qué actividad desplegaba?... ¿qué fortuna tenía?... ¿cómo logró hacerla?... ¿por qué instaló la primera pulpería de nuestro medio?
Tratando de dar respuesta a esos interrogantes, he logrado averiguar que nació en Jerez de la Frontera, arzobispado de Sevilla, en el seno de una familia modesta, pero tuvo habilidad para amasar una considerable fortuna, ya que en la época de su fallecimiento era propietario de más de 16.000 hectáreas ubicadas en Fontezuela -partido de Pergamino- y en Arrecifes.
No las había recibido gratuitamente como “merced real”, cosa habitual en aquella época, sino que las fue comprando en diversas etapas, con el producto de las pulperías y operaciones de préstamo de dinero. En estas actividades estuvo la clave de su enriquecimiento.
En 1770 plantó la primera pulpería de Pergamino, ubicada en las proximidades de la iglesia. Siete años después, hizo la de Rojas y, en su testamento (año 1802), declaró tener otras en Arrecifes y Fontezuela.
Al decir de su biógrafo, Luis Libera Gill, “La pulpería fue, sin lugar a dudas, una de las actividades más redituables de la campaña bonaerense; allí donde en dilatadísimas extensiones de campo, solo se encontraban cardos y animales, al tener un lugar donde detenerse era requisito fundamental para el viajero. La pulpería abastecía de los elementos más imprescindibles para la vida; era el lugar donde era posible saciar la sed, tan solo con agua o con aquellas bebidas que se acostumbraba beber entonces; tabaco, yerba y otros “vicios” nunca faltaban en la pulpería”.
Y no cabe duda de que nuestro personaje supo sacar partido de esa actividad, ya que las ganancias las multiplicaba haciendo préstamos de dinero. Basta recordar que cuando compró tierras a Pedro Muñoz de Olasso y Narcisa López (año 1793) no desembolsó un solo peso, sino que las recibió en pago del dinero que anteriormente les había facilitado, con más sus respectivos intereses.
Además, a su fallecimiento, los albaceas testamentarios registraron la existencia de 3000 pesos a cobrar en dinero prestado a terceros, cifra muy importante en aquella época, en la que un caballo se compraba por dos pesos.
Un dato curioso es que –en su patrimonio- había trece esclavos que los tasaron entre 260 y 300 pesos cada uno. Su alto valor nos hace pensar que, al no haber maquinarias, ellos constituían la “fuerza motriz” imprescindible para la explotación de su campo y molienda de trigo, pero también generaban nuevos bienes, ya que cada uno de sus hijos era propiedad del patrón. Además, el hecho de tener negros a su servicio daba jerarquía social, ya que solo las familias ricas podían poseerlos.
Su hijo José Eusebio fue sacerdote y estuvo de párroco interino en la iglesia de la Merced de Pergamino en el año 1797. Al testar, Diego no se olvidó de la religión, ya que dejó cien pesos para la de Arrecifes y otros ciento cincuenta para la de Pergamino, en ambos casos como contribución para cuando se construyeran sendas torres.
En definitiva, Diego Trillo demostró ser un hombre activo, de mucho empuje, que no se dedicó únicamente a las actividades comerciales, sino que también ocupó cargos públicos: en 1786 el Cabildo de Buenos Aires lo designó alcalde de hermandad de Pergamino y en 1794 de Arrecifes; cargos honorarios que duraban un año y otorgaban facultades judiciales. No fue militar de carrera, pero se le acordó el grado de sargento mayor de milicias, por sus destacados servicios a la corona y eficiencia en el mando de tropas.
J.J. Cabodi califica de “celeridad encomiable” su actuación en la Horqueta, ya que recibió la orden de su fundación el 13 de diciembre de 1777 y ese mismo día se hizo cargo de armas e implementos. Le costó trabajo reunir a la soldadesca. Solo logró tres milicianos, pero su ansiedad lo llevó a contratar veintiséis peones por su cuenta. Así, pudo llegar con todos ellos al lugar indicado el 20. Catorce días después, el 3 de enero, dio por terminada la construcción del fuerte y se lo comunicó al virrey Ceballos.
Este andaluz, como tantos otros jóvenes de su época, emigró de España en busca del oro de América que lo haría rico de golpe. Pero, al llegar a estas tierras, no perdió el tiempo tras la quimera de La Ciudad de los Césares, sino que fue más pragmático: prestó servicios militares para reprimir a los naturales en defensa de sus estancias y la de sus colegas, sacó ventajas de los gauchos en las pulperías; multiplicó su fortuna a costa de criollos y españoles que necesitaban préstamos de dinero y sumó como “valor agregado” el trabajo gratuito de sus esclavos. En síntesis, un triunfador en medio de una incipiente sociedad capitalista...
Ariel Labrada
Febrero de 2014
(Extraído de www.historiasderojas.com.ar)