“Hace un mes que unos pescadores tiraron pescado y hoy le tocó a mi compañera juntar eso, todo podrido… en calle Colón. Después la gente se queja”, expresó indignada una empleada del área de barrido urbano.

Su testimonio pone en relieve la falta de conciencia y respeto hacia quienes, con esfuerzo y bajo condiciones muchas veces precarias, mantienen limpia la ciudad.

Este caso se suma a otros episodios que exponen la irresponsabilidad y hasta la crueldad de ciertos vecinos.

Días atrás, personal municipal denunció que en bolsas domiciliarias de residuos se han encontrado jeringas con agujas, vidrios rotos, hojitas de afeitar y otros elementos punzantes que pueden causar serias heridas a quienes realizan el retiro de basura.

Lejos de tratarse de un hecho aislado, estas conductas muestran una preocupante indiferencia social hacia los trabajadores esenciales. ¿Es ignorancia o simplemente maldad? Lo cierto es que muchas veces las calles se convierten en una trampa para quienes realizan tareas de limpieza, y son ellos quienes deben lidiar con los residuos más peligrosos y repugnantes que otros tiran sin el menor reparo.

Las imágenes del pescado descompuesto siendo levantado por una barrendera son un llamado de atención. No alcanza con quejarnos por la suciedad o exigir limpieza: la ciudad también se construye desde la responsabilidad individual. ¿Cuándo aprenderemos a ser solidarios con quienes llevan adelante la noble tarea de cargar con nuestras propias mugres?