Rojas en el recuerdo
Rojas en el tiempo

Anécdotas y recuerdos

Historias de Rojas…

A principios del Siglo XX, ya Rojas contaba con luz eléctrica. La compañía Bertuletti Belicona y Cía., brindaba el servicio, pero debido al poco consumo cortaba la corriente desde las 24 hs. hasta la mañana siguiente, así fue hasta más o menos el año 1920.

Aducía que no era redituable. Pasaron algunos años y cuando se hizo insostenible el servicio eléctrico, caro e ineficiente, un grupo caracterizado de vecinos decidió formar la Sociedad de Fomento “Amigos de la Ciudad”, pensando en crear la Cooperativa Eléctrica.

El pueblo entero los apoyó y luchó desde 1933 a 1941 en forma constante, la huelga de 12 días nos hizo famosos; las calles a oscuras, foco de luz que la empresa reponía al rato lo rompían.

Con gomeras los muchachos hacían puntería, hasta los tacos de los zapatos les servían a las señoras para romper cuanta luz se encendía. Un capítulo inolvidable de nuestra historia lugareña. Transcurrieron los años, la Cooperativa Eléctrica ya no es la proveedora solamente de energía eléctrica, familiar, con el paso del tiempo se fueron anexando otros servicios: Alumbrado Público, Fuerza Motriz, Líneas Rurales, Pavimentación, Viviendas y Servicios de Sepelios.

Pero volvamos al pasado. Aunque no se disponía de la tecnología que hoy en día hay en el hogar, las amas de casa tenían una compensación porque existía un servicio diario a domicilio que les proveía de todo lo necesario en la puerta de sus casas: carnicero, panadero, lechero, sodero, almacenero, etc., era una gran comodidad y no se perdía el tiempo haciendo colas en los supermercados.

Había muchos casos pintorescos, uno de ellos la de un lechero conocido como Alvarín –creo que su apellido era Álvarez- se contaban tantas anécdotas que fue un personaje famoso. En una oportunidad llegó a Rojas y, en la estación del ferrocarril, un grupo de cocheros esperaba a los pasajeros. Como varios se ofrecieron para llevarlo, él contrato a todos, se subió a uno y le indicó al resto que lo siguieran, ya que no podía quedar mal con ninguno.

Otra vez, para ganarle a un colega para atender a un cliente cruzó la Plaza San Martín en su carro lechero. Lógicamente un inspector le cobró la multa, no se inmutó, preguntó cuánto era y le dio el doble porque iba a volver a cruzar la plaza de regreso.

Era un secreto bastante conocido que los lecheros agregaban algo de agua para tener una pequeña ganancia extra. En una oportunidad, parece que a nuestro personaje no le alcanzaba la leche para el reparto y, al pasar por el arroyo, añadió un jarro de agua al tarro. Cuando vuelca el litro de leche en el hervidor que tenía su clienta en la mano, saltó una mojarrita. Ante la mirada azorada de la señora, él exclamó: -¡Estas vacas que toman agua en el arroyo!

Tiempo después se fue a buscar el globo “Pampero” que se había perdido comandado por Eduardo Newbery, un caso muy apasionante, que conmocionó a todos. El Pampero no apareció y de él tampoco se supo más.

Y una última de lecheros: cuando se puso en Rojas la “pasteurizadora”, siguieron con sus clientes pero ya no entregaban la leche suelta, sino procesada y embotellada.

Siguiendo con los repartos a domicilio, la Librería Alessandro tenía la representación del diario “La Prensa”; una hermana de la viuda de Alessandro repartía en un sulky y a fin de mes con un recibo original de “La Prensa” cobraba $2,50...

Es cierto, que alrededor del año 1930, decían que podía comer una familia por un peso ($1) por día. Este recuerdo me trae a la memoria, no sé exactamente la fecha pero fue durante una crisis se había formado una comisión que recorría los comercios solicitando la adhesión para el pago de por lo menos un obrero a razón de $1,00.- por día que se les abonaba a los desocupados para limpiar cunetas y otros trabajos en la ciudad.

Yo conocí una familia con varios hijos. Él era albañil y todas las mañanas le dejaba a su señora un peso para las compras y ella lo distribuía más o menos así: 1kg de carne a 40 centavos, 1 litro de leche a 10 centavos, 1 pan grande llamado telera o galleta de campo a 10 centavos, 5 centavos de yerba, 5 centavos de azúcar... así hasta completar 95 centavos; ya que se reservaba 5 centavos para jugar a la quiniela –era muy “soñadora”- siempre andaba averiguando la edad de los vecinos con los que había soñado.

Como todo jugador no contaba las veces que perdía, pero la esperanza de ganar la mantenía feliz. Cuando acertaba disfrutaba esos pocos pesos juntos, que vaya a saber en qué invertía.

Esto lo asocio, pero mucho después, durante la Segunda Guerra Mundial, cuando a que en lugar de marlos se quemaban las espigas de maíz, no se podía exportar nada porque bombardeaban a los buques para que no llegaran alimentos a Europa.

De esa época recuerdo muchas cosas como la escasez de nafta, estaba racionada, no se conseguían cubiertas...y sobre todo el domingo a la tarde que tiraron la Bomba Atómica a Hiroshima –la inconsciencia juvenil (mi hermana y yo) nos fuimos al cine, nuestros padres nos advirtieron pero nosotras les respondimos ¡Que mejor morir disfrutando de una película!.

En un primer momento el mundo no le dio importancia que tenía, luego fue la de Nagasaki y con ella el final de la guerra.

Evoco también el paso de las “Victorias” como se los llamaba a los coches tirados por caballos, con las señoritas del prostíbulo, un día por semana –lunes o martes- su día de salida. Iban a hacer sus compras personales. Eran muy esperadas y bien recibidas por el comercio, ya que tenían fama de gastar mucho en perfumería y tiendas.

María Quiñones era la que les bordaba la ropa. Tenía trabajo todo el año. Otra visita semanal era también la del médico que constataba el estado de salud y sanidad de la casa que era controlada por una “madama”.

Cuando en la época de Fresco, por ley se abolieron los prostíbulos, desaparecieron los “caficios” que hacían de protectores de las chicas y vivian del dinero de ellas. Se decía que les habían “pedido el pueblo” y obligado a irse a las provincias del norte.

La construcción del pavimento también tiene su historia. Con él comenzó la lucha contra los intereses de algunos vecinos que tenían varios metros de frente de sus casas. Las autoridades se mantuvieron firmes y el pavimento se hizo para la satisfacción de la mayoría que veían el adelanto que esto significaba. En los días de lluvia las calles se convertían en un verdadero lodazal. Lo curioso fue que después nadie quería vivir fuera de las calles pavimentadas.

Luego hubo una segunda pavimentación para completar el casco urbano. Una anécdota de la época, en la calle Bartolomé Mitre e Irigoyen –al lado de la Municipalidad- donde hoy hay una placita de juegos infantiles, entonces estaba la que se conocía como Iglesia vieja.

El dueño era un español de apellido Cuervo González, de estatura baja, con una mancha en la cara por lo que se lo conocía como “el manchado”; siempre de traje negro atendía la librería que allí había, era muy conocido.

Cuando llegó el pavimento, lógicamente, al tener tantos metros de frente por ambas calles sumaba mucho lo que tenía que pagar. Así lo hizo, pero argumentó que desde el momento que lo había pagado, era de él, por lo tanto iba a alambrar la mitad de la calle que le correspondía. Costó disuadirlo...

A pesar de los años pasados, Rojas aún conserva ese “NO SE QUÉ”, que la hace diferente al resto y donde da gusto de vivir. Esta es la opinión de alguien que ha nacido aquí y que ha visto su evolución durante los últimos noventa años.

Dora García de Olego

Marzo de 2014

Publicado en https://www.historiasderojas.com.ar/

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